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¿Cómo resumir casi 21 años de mi vida en palabras que todo
el mundo entienda? ¿Para qué? Realmente no me importa que los demás lleguen a
comprender lo que tengo que decirte:
El día de decirte adiós está muy cerca, y no sé cómo
hacerlo.
Hace muchos años, cuando estuve en una de mis tantas crisis,
me dijiste que no importaba que con los demás no fuera realmente yo, que estaba
bien si fingía ser como ellos, que todo iba a estar bien mientras hubiera una
persona en este mundo que supiera quien soy en realidad, y así lo hice. Confié
ciegamente en ti, solo contigo he sido completamente sincera: sin máscara, sin
estereotipos, sin mentiras, sin rodeos, con muchos dramas y mucho Amor.
Desde que te conocí (y a palabras de tu mamá) supiste cómo
tenerme tranquila, cómo evitar mis berrinches y cómo hacerme reír. Fuiste mi
tabla de salvación, la calma en la tormenta de mi corazón, ese impulso que
necesitaba para seguir. Sabías todos mis virtudes, conocías perfectamente mis
defectos y tenías coartadas para mis corajes y mis mañas.
Recuerdo cuando éramos pequeños y me animabas a salir a
jugar, aún sabiendo que odiaba estar bajo el sol y que no toleraba a muchos de
los niños que nos rodeaban. Recuerdo cuando, ya más grandes, hiciste llorar a
un niño porque le quitaste el regalo que llevaba para mí, no querías que nadie
más que tú me regalara algo en mi cumpleaños. Recuerdo cuando a finales de la
primaria me confesaste que te gustaba una de nuestras amigas, y recuerdo que me
usaste para que empezaran a andar. Recuerdo los recreos en esa horrible escuela,
esos en los que te ibas a sentar conmigo a un rincón para hablar de tonterías,
y recuerdo bien que gracias a ti comencé a tener más amigos.
Recuerdo las tardes echados en tu sala o en tu habitación,
fumando, bebiendo, jugando, platicando, e incluso peleando por
niñerías. Recuerdo las veces que escapábamos de la escuela (o de nuestras
casas) y nos íbamos a vagar por los pueblos cercanos. Recuerdo nuestro escape a
San José del Pacifico, namás pa’ ver qué se sentía eso de los hongos. Recuerdo
las veces que mentiste por mi. Recuerdo las veces que me ayudaste a salir con
Lalo y con Cristhian sin que mi mamá lo supiera.
Recuerdo cuando te reías y carcajeabas de las idioteces que
decía, sobre todo cuando ambos estábamos “volados”. Recuerdo los sermones que
me dabas para que me alejara de ciertas personas. Recuerdo los enojos que te
causé por regresar más de una vez con cierta persona. Recuerdo cómo te convencí
para que no fueras a golpearlo (aunque a veces parecía que él te provocaba).
Recuerdo que siempre decías que no me merecía.
Recuerdo cómo me apoyaste cuando Lalo murió. Recuerdo cómo
lloraste cuando intenté suicidarme, y recuerdo cómo empezaste a cuidarme más
después de eso. Recuerdo cómo llegaste de la nada a Michigan, solo para
apoyarme cuando me enteré de lo que le había pasado a Dalia. Recuerdo cómo me
abrazaste cuando leí la noticia de Eff. Recuerdo cómo odiaste al bastardo que
me mandó sus fotos en el ataúd. Recuerdo que siempre estuviste ahí para mi.
Recuerdo tus llamadas en la madrugada para hablar de “Ella”, y
de cómo me rogaste que nunca dijera nada de lo que me contabas estando ebrio.
Recuerdo cuando me tocaba cuidarte y te embriagabas más, para que mi vida
fuera un infierno pequeño. Recuerdo la primera vez que quemé contigo, la
primera vez que nos malviajamos y todos los debrayes que tuvimos juntos.
Recuerdo que odiabas que fuera viciosa, pero
odiabas más cuando te decía que no quería salir.
Recuerdo Europa
contigo, y es mucho más especial que si hubiera ido con alguno de mis ex, creo
que incluso más que cuando fuimos con mi familia. Recuerdo Puerto, las
Cabañas, los raves, los viajes sorpresa y todos los lugares que encontramos en
Oaxaca por andar de vagos. Recuero lo fácil que era iniciar ese tipo de aventuras
contigo.
Recuerdo la última llamada que tuvimos. Aún tengo el último
mensaje que me enviaste. Nunca viste el último inbots que te envié. Sigue en tu
celular la canción de The Rasmus que te dediqué, y sigo llorando como una cría
cuando la escucho. Sigue el cajón de tu buró lleno de mis cartas, notas y
regalos absurdos que te di en todo este tiempo. Siguen entre mis cosas las
playeras que olvidaste, también los dibujos que me diste. Sigue en la pared de
tu cuarto el intento de mural/grafiti/no-sé-qué-era que hicimos la última vez
que fumamos juntos. En la casa de Ana siguen los rayones que hiciste con mi
hermana menor cuando quería ser grafitera. Sigue en mi pequeño, negro y pútrido
corazoncito ese sentimiento que me dijiste que era Amor.
Sabes bien que no sé cómo lidiar con este tipo de
situaciones. Sabes bien que no sé qué estoy sintiendo, y sabes muy bien que es
muy posible que jamás lo sepa. Sabes, también, que las ocasiones pasadas tú
fuiste quien me mantuvo de pie y me ayudó a salir de ese estado, que fuiste el
único que logró evitar que me volviera “autómata”. Me desmoroné ante ti con la
desfachatez que sólo se permitiría alguien que te conoce perfectamente, alguien
que ya te había ayudado lo suficiente para dejarse ayudar, y me salvaste de mi misma.
"El hombre muere, pero revive
eternamente en el corazón de quien lo Ama" — o al menos eso
dice tu mamá. Sé que no volveré a verte, y que no volveremos a
estar juntos. Sabes bien que no creo en la vida después de la muerte. Me alegra
demasiado haber coincidido contigo en esta Vida. Me alegra aún más que
permanecieras en ella por tanto tiempo.
Gracias por la paciencia. Gracias por lo que fuimos. Gracias
por ser tú. Gracias por haber sido conmigo. Gracias por ayudarme a ser quien
soy en este momento. Gracias por Amarme y dejarme Amarte, de un modo bonito,
sincero y fraternal.
Te Amo, y siempre lo haré.